Road to Perdition

Road to Perdition

martes, 6 de septiembre de 2011

Following

La ruptura temporal de Memento, el caso del falso culpable en El truco final o las trepidantes escenas de acción creadas gracias un habilidoso montaje y a un inteligente uso de la música para subrayar cada plano en El Caballero Oscuro y Origen, todos estos sellos de autor tienen a su predecesor en Following. Con un mínimo presupuesto y un guión que acrecienta la tensión con cada paso que da el protagonista, Christopher Nolan realiza un ensayo de lo que será su futura estética tanto visual como narrativa.

Bill es un escritor falto de inspiración que para encontrar ideas decide comenzar a seguir a desconocidos por la calle, sin embargo un día comienza a seguir a Cobb un ladrón de casas, con el cual iniciara una extraña amistad que cambiara su vida para siempre.

Se dice que para un director novel es bueno contar con la baza de la sencillez, Nolan cuenta una historia de una gran complejidad argumental, pero su estilo visual a la hora de narrar la historia hace que no echemos de menos una mayor cantidad de medios. Una estética limpia, con la que crea un cuento misterioso sobre la obsesión narrada desde tres hilos temporales distintos. Destaca el recuerdo de El beso del asesino (opera prima de Stanley Kubrick) de características similares a este fascinante ejercicio que dio a conocer al futuro creador de una obra maestra como El Caballero Oscuro.

La piel que habito

La más que publicitada nueva película de Pedro Almodóvar, anunciada como un salto mortal en su carrera, una apuesta ambiciosa y milimetrada para lograr la Palma de Oro en Cannes (la cual no consiguió a favor de la nueva obra del mítico Terrence Malick) no es más que una obra que escupe pedantería y pretenciosidad como ya hiciera con Todo sobre mi madre.

La historia narra la historia de un cirujano llamado Robert Legard (Antonio Banderas) que trata obsesivamente de reconstruir con técnicas de transgénesis a su mujer muerta en un incendio, para ello mantiene prisionera a una joven (Elena Anaya) que es la viva imagen de su esposa fallecida. Con esta historia Almodóvar pretende crear ecos del monstruo de Franskenstein e incluso en algunos puntos de la película algo parecido al terror gótico de Fritz Lang, digo en algunos puntos porque para lo que él es una extraña mezcla entre drama y terror vanguardista, para otros es una confusión de emociones falsas, que no generan ningún sentimiento de los que el director manchego pretende crear con su cámara.

La falsedad es el principal elemento que impregna la cinta, no es ni el supuesto drama, romance, obsesión y terror de un hombre torturado por la pérdida de su mujer estos sentimientos se pueden percibir vagamente como la supuesta intención de su autor, pero por encima de todos ellos está la falsedad y poca credibilidad de su personaje principal. Aunque Elena Anaya se esmera por mantener el tipo y Marisa Paredes llena la pantalla en cuanto aparece con su gran interpretación, Antonio Banderas está en un papel escrito para otro tipo de actor bien distinto al hombre que tan bien hacía de El Zorro. Es un papel para un actor como Eduard Fernandez (secundario en esta película). Hacia la mitad de la película, el director de Átame! da un giro de 360 grados a la película, nos lleva al punto más dramático (aunque para mi ridículo y sin razón) en ese momento me pregunto qué quiere hacerme pensar o sentir, lo único que sé es que en eso momento miras el reloj de tu muñeca y te preguntas ¿faltara mucho para que acabe este canto de opereta?

En un punto de la cinta mientras Antonio Banderas y Elena Anaya forcejean en una escena, ambos miran a la cámara como signo de la incredulidad. Mientras, al otro lado de la cámara, imaginas a nuestro director más internacional que, al igual que ese cirujano psicópata, milimetra y prepara el artificio de su gran obra de arte. Debo reconocer que Almodóvar para mí es como los ñoquis de un restaurante italiano, veo ese plato también envuelto estéticamente y me digo a mi mismo seguro que es el mejor del mundo, pero tras degustarlo me repito: ¿Por qué lo habré pedido? Sabe a indiferencia, huele a falsedad.

Capitán América

La creación de los héroes como metáfora perfecta de unos ideales suele ser el principal motor que mueve a sus creadores a darles forma y estilizarlos para a través de ellos hablar de la las situaciones que les preocupan en cada momento. Es el caso de Alan Moore con V de vendetta (con el que criticaba el conservador gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido)0 el de la patrulla X la cual representa el racismo y la no aceptación de aquellos distintos a lo considerado socialmente normal.

El héroe que nos ocupa en esta entrada es probablemente el menos sutil y con el mensaje más directo que se pueda encontrar entre toda la camada de Marvel Comics. Capitán América es un superheroe que fue creado durante la guerra, cuando la mayor preocupación en ese momento eran los nazis y su deseo de dominio mundial. La idea del soldado perfecto, fuerte y empático, es la visión de la América más idealizada y panfletaria, pero no muy diferente de su papel real en la segunda guerra mundial.

El problema de nuestro Capitán América es que es un superhéroe excesivamente americano, he ahí el problema como hacer que este tipo azul vestido con mayas nos interese al resto del mundo. Sencillo colocando a un villano tan malvado que haga que el espectador (no americano) decida olvidar sus prejuicios contra "el panfleto" y decida hacer frente común con nuestro héroe del otro lado del charco. Estos villanos no podrían que ser otros que los nazis, porque ... todo el mundo odia a Hitler ¿no?

Con esta premisa que debe conciliar al espectador con nuestro héroe nos adentramos en un espectáculo de acción, mucho más adulto que todos los que podamos haber visto este verano en nuestros cines. Con un estilo de cine de aventuras más cercano a El arca perdida (Steven Spielberg, 1981) que al Michael Bay más previsible y plano.