
La más que publicitada nueva película de Pedro Almodóvar, anunciada como un salto mortal en su carrera, una apuesta ambiciosa y milimetrada para lograr la Palma de Oro en Cannes (la cual no consiguió a favor de la nueva obra del mítico Terrence Malick) no es más que una obra que escupe pedantería y pretenciosidad como ya hiciera con Todo sobre mi madre.
La historia narra la historia de un cirujano llamado Robert Legard (Antonio Banderas) que trata obsesivamente de reconstruir con técnicas de transgénesis a su mujer muerta en un incendio, para ello mantiene prisionera a una joven (Elena Anaya) que es la viva imagen de su esposa fallecida. Con esta historia Almodóvar pretende crear ecos del monstruo de Franskenstein e incluso en algunos puntos de la película algo parecido al terror gótico de Fritz Lang, digo en algunos puntos porque para lo que él es una extraña mezcla entre drama y terror vanguardista, para otros es una confusión de emociones falsas, que no generan ningún sentimiento de los que el director manchego pretende crear con su cámara.
La falsedad es el principal elemento que impregna la cinta, no es ni el supuesto drama, romance, obsesión y terror de un hombre torturado por la pérdida de su mujer estos sentimientos se pueden percibir vagamente como la supuesta intención de su autor, pero por encima de todos ellos está la falsedad y poca credibilidad de su personaje principal. Aunque Elena Anaya se esmera por mantener el tipo y Marisa Paredes llena la pantalla en cuanto aparece con su gran interpretación, Antonio Banderas está en un papel escrito para otro tipo de actor bien distinto al hombre que tan bien hacía de El Zorro. Es un papel para un actor como Eduard Fernandez (secundario en esta película). Hacia la mitad de la película, el director de Átame! da un giro de 360 grados a la película, nos lleva al punto más dramático (aunque para mi ridículo y sin razón) en ese momento me pregunto qué quiere hacerme pensar o sentir, lo único que sé es que en eso momento miras el reloj de tu muñeca y te preguntas ¿faltara mucho para que acabe este canto de opereta?
En un punto de la cinta mientras Antonio Banderas y Elena Anaya forcejean en una escena, ambos miran a la cámara como signo de la incredulidad. Mientras, al otro lado de la cámara, imaginas a nuestro director más internacional que, al igual que ese cirujano psicópata, milimetra y prepara el artificio de su gran obra de arte. Debo reconocer que Almodóvar para mí es como los ñoquis de un restaurante italiano, veo ese plato también envuelto estéticamente y me digo a mi mismo seguro que es el mejor del mundo, pero tras degustarlo me repito: ¿Por qué lo habré pedido? Sabe a indiferencia, huele a falsedad.
La historia narra la historia de un cirujano llamado Robert Legard (Antonio Banderas) que trata obsesivamente de reconstruir con técnicas de transgénesis a su mujer muerta en un incendio, para ello mantiene prisionera a una joven (Elena Anaya) que es la viva imagen de su esposa fallecida. Con esta historia Almodóvar pretende crear ecos del monstruo de Franskenstein e incluso en algunos puntos de la película algo parecido al terror gótico de Fritz Lang, digo en algunos puntos porque para lo que él es una extraña mezcla entre drama y terror vanguardista, para otros es una confusión de emociones falsas, que no generan ningún sentimiento de los que el director manchego pretende crear con su cámara.
La falsedad es el principal elemento que impregna la cinta, no es ni el supuesto drama, romance, obsesión y terror de un hombre torturado por la pérdida de su mujer estos sentimientos se pueden percibir vagamente como la supuesta intención de su autor, pero por encima de todos ellos está la falsedad y poca credibilidad de su personaje principal. Aunque Elena Anaya se esmera por mantener el tipo y Marisa Paredes llena la pantalla en cuanto aparece con su gran interpretación, Antonio Banderas está en un papel escrito para otro tipo de actor bien distinto al hombre que tan bien hacía de El Zorro. Es un papel para un actor como Eduard Fernandez (secundario en esta película). Hacia la mitad de la película, el director de Átame! da un giro de 360 grados a la película, nos lleva al punto más dramático (aunque para mi ridículo y sin razón) en ese momento me pregunto qué quiere hacerme pensar o sentir, lo único que sé es que en eso momento miras el reloj de tu muñeca y te preguntas ¿faltara mucho para que acabe este canto de opereta?
En un punto de la cinta mientras Antonio Banderas y Elena Anaya forcejean en una escena, ambos miran a la cámara como signo de la incredulidad. Mientras, al otro lado de la cámara, imaginas a nuestro director más internacional que, al igual que ese cirujano psicópata, milimetra y prepara el artificio de su gran obra de arte. Debo reconocer que Almodóvar para mí es como los ñoquis de un restaurante italiano, veo ese plato también envuelto estéticamente y me digo a mi mismo seguro que es el mejor del mundo, pero tras degustarlo me repito: ¿Por qué lo habré pedido? Sabe a indiferencia, huele a falsedad.
Siento disentir sobre este critica despiadada, pero hay mucho Almodovar detrás de esta peli. Creo que Boyero tiene mucha influencia en los espectadores españoles. Quizas no sea su mejor obra pero siendo Almodovar hay que verla, ademas gana a medida que su cine va madurando. Personalmente a mi me mantuvo en vilo toda la peli, la pantalla grande es hipnotica. De acuerdo sobre la actuación de Banderas y que E. Fernandez hubiese clavado el papel.
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